sábado, 2 de abril de 2022

Fotos de Arrakis

 

      
        "Tendrías que haber estado allí", me dice el compañero, para mostrarme de seguido las fotos de su primer viaje a Arrakis. Se ha preocupado de imprimirlas (en buen papel, además), y las va pasando ante mis ojos. "Son fantásticas", le digo, y en esto no falto a la verdad, pues todo son formas y paisajes excepcionales, muy bien presentados. Pero del exceso de pulcritud, de la limpieza con que me enseña ese mundo, que los periódicos siempre me han vendido como extraño y peligroso, no digo nada. "Sí, me gustaría conocerlo", añado, y esto también es cierto, porque el camarada, con sus fotos y comentarios, no sabe contarme una historia de aquella provincia, no de un modo que me enganche. Así, durante un rato (dos horas y media, más o menos), voy siguiendo sus andanzas, mirando las imágenes y pensando en cómo será ese sitio en realidad. Porque no llego a creérmelo así, a la manera de un catálogo de postín, con objetos bien iluminados y breves anotaciones al margen. ¿Dónde queda lo incierto, dónde la sugestión de aventura? A mí no me gusta mucho ir de viaje, y al desierto de Arrakis no viajaría ni de broma, pero aprecio una buena historia como el que más, y la suya no me aporta otra cosa que una sesión de fotos un tanto aburrida. Aunque de esto a él, que sabe manejarse con la cámara y con sus imágenes quiere agradar, prefiero no decirle nada.
 

domingo, 31 de octubre de 2021

Rótulos

 
      A propósito de un cuento de Chesterton, no sé por qué los editores rechazan, de costumbre, incluir en la portada su título completo. Esto es, El hombre que era Jueves: una pesadilla, negando a la imprenta y al público las dos últimas palabras. Quizá sea porque pesadilla es el género de la obra, como en otros casos lo son la fábula o el ensayo. Entonces, ¿por qué no dedicarle un estante? Allí irían nombres como La metamorfosis, de Kafka, o La rebelión de las masas de Ortega. Claro que, puestos a sugerir cambios constitucionales, tampoco estaría mal una librería donde, bajo rótulos comunes, los libros estuviesen ordenados a capricho. Sería una experiencia curiosa, cuando menos. Como en aquella ocasión en que descubrí, en una tienda del Rastro, un ejemplar de la Biblia recogido en la tabla de las intrigas. O quizás fuera en utopías, ya no recuerdo, pero la impresión del momento se me ha quedado—la picardía de un librero de viejo en una mañana de domingo. Según escribo, pienso que tiene que haber por fuerza locales así, donde se juega con los lemas, sólo que no los conozco. ¿Tal vez tú, lector, sepas indicarme alguno? ¿O si no, señalarme esa ficción donde asoma uno del estilo? No me sorprendería que J. K. Rowling lo hubiese incluido en sus novelas, parece algo propio de ella… Si por torpeza me estoy refiriendo a algo de sobra conocido, espero que al menos se me permita que imagine, brevemente, mi propia librería, con los títulos ubicados a mi gusto. Por ejemplo, y sin querer con ello hacer enmienda al librero del mercadillo matritense, yo situaría la Biblia en la sección de poesía; La caída de Constantinopla, de Runciman, en novelas de aventuras; Frankenstein, de Mary Shelley, en ecología y medio ambiente; la España inteligible de Julián Marías, en biografías, y el Diccionario de la lengua española en la zona de romances, por citar cinco casos. Y en cuanto a la tienda en sí, y con esto termino, supongo que por razones prácticas no me quedaría otra que presentarla bajo el distintivo habitual. Pero quizás, siguiendo un poco a Chesterton, podría llamarla Librería Duermevela. Por cierto, el libro de Chesterton está bien, lo recomiendo.
 

martes, 30 de marzo de 2021

Pasaje

 
    Marcha por la tarde un vagón de la línea gris de Metro. Hay pocos viajeros, y es cómodo mantener las distancias. En eso suena una voz: "Buenas tardes, vivo en la calle. No se asusten. ¿Pueden darme una pequeña ayuda, por favor?". Ni un bolso se abre, ni un bolsillo. La voz repite el mismo tema, tensando un poco el nervio: "Buenas tardes, no se asusten. Vivo en la puta calle. ¿Pueden darme una pequeña ayuda, por favor?". No hay respuesta. Desaparece el túnel, se compone una estación y el tren se para. La voz se aleja, buscando el andén. En el aire flotan algunas palabras suyas: "... en este puto planeta...". Sigue el clac-clac de las puertas y el chacachá del tren. Y, sorpresivamente, también la voz de antes, que continúa en el vagón. Pero la fórmula de marras es ahora puro reproche, y consigue hacer mella en un viajero. Mientras sale la moneda, o lo contante, un rudo "Gracias por escucharme, hombre. Que hay aquí cien mil que no escuchan" cubre lo sonante. De otro vagón llega una melodía de violín. Al compás agradecido de la música el tren encuentra un nuevo andén. Las puertas se abren y la voz se esfuma, esta vez para no volver.

 

domingo, 14 de marzo de 2021

En juego

 
 
Un parque de juegos infantil en la Italia de los años 50, según se ve en Las noches de Cabiria de Fellini.