viernes, 15 de julio de 2016

Ah, Tintín


En su Historia del Almirante, Hernando Colón relata los viajes americanos de su padre, recordando azares y ensalzando aventuras. Entre ellas destaca una en la que el descubridor tiró de ingenio para salvar la situación. Para mí, es tanto más curiosa por su parecido con una escena del álbum de Hergé El templo del Sol, donde Tintín inventa algo del estilo para salir de un mal paso.

El Almirante y algunos de sus hombres estaban varados en una playa jamaicana, esperando un socorro que no llegaba. Necesitados de la ayuda de los indios, que tras meses de convivencia forzada ya no querían asistirles, el descubridor decidió emplear un truco para ganarse su voluntad. Disponía el Almirante de un almanaque astronómico, donde se predecían los eclipses, y sabiendo de la mentalidad mágica de los indios, con ese conocimiento se dispuso a impresionarles. Reprochándoles su mala disposición para con los españoles, les anunció que la luna se cubriría, y que pronto iba a seguir un castigo divino. Lo recuerda así Hernando: 

"Pero comenzando el eclipse al salir la luna, cuanto más ésta subía, aquél se aumentaba, y como tenían grande atención a ello los indios, les causó tan enorme asombro y miedo, que con fuertes alaridos y gritos iban corriendo, de todas partes, a los navíos, cargados de vituallas, suplicando al Almirante rogase a Dios con fervor para que no ejecutase su ira contra ellos, prometiendo que en adelante le traerían con suma diligencia todo cuanto necesitase. El Almirante les dijo quería hablar un poco con su Dios; se encerró en tanto que el eclipse crecía y los indios gritaban que les ayudase. Cuando el Almirante vio acabarse la creciente del eclipse, y que pronto volvería a disminuir, salió de su cámara diciendo que ya había suplicado a su Dios, y hecho oración por ellos; que le había prometido en nombre de los indios, que serían buenos en adelante y tratarían bien a los cristianos, llevándoles bastimentos y las cosas necesarias; que Dios les perdonaba, y en señal del perdón, verían que se pasaba la ira y encendimiento de la luna. Como el efecto correspondía a sus palabras, los indios daban muchas gracias al Almirante, alababan a su Dios, y así estuvieron hasta que pasó el eclipse".

En El templo del Sol, Tintín y el capitán Haddock son capturados por unos indios del Perú que, por haber descubierto los belgas ciertos secretos graves, quieren hacer de ellos las víctimas de un sacrificio ritual. Tintín aprende por casualidad la fecha de un eclipse de Sol, y se sirve de ella para salvar su vida y la de sus compañeros (el profesor Mariposa también está allí): anuncia el eclipse, conmina al Sol, mide los tiempos y, en el momento justo, ruega por los indios asustados ("¡Oh Sol, poderoso astro del día, yo te conjuro! ¡Sé clemente y ten piedad de tus hijos y dales tu luz!"), para conseguir su objetivo. Adaptando, presumiblemente, el relato de Hernando Colón, Hergé le dio un final de altura a su historia. Cabe añadir que la ingenuidad de los indios en cuanto al eclipse es poco menos que increíble, en pleno siglo XX, pero se compensa en alguna medida con la del propio Haddock, tan genial en su viñeta como siempre.

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