domingo, 14 de agosto de 2016

Encubridora

 
    
          Encubridora, del austriaco Fritz Lang, es un wéstern algo descolorido de 1952, en el que Marlene Dietrich tiene la escena más curiosa. Dietrich, con sus pícaras compañeras de taberna, juega a las carreras de caballos con unos vaqueros por montura, mientras el resto del local anima fogoso. Son sólo dos minutos de cine, pero le bastan para dejar huella y señalar, además, que Encubridora podría haber sido una película del Oeste bien distinta. Porque en el saloon donde Marlene reina, Lang quiere aplicar lo aprendido en Berlín, lo que sabe de aquel oscuro cabaret de entreguerras, teatro bello, sórdido y ridículo a un tiempo que aún hoy recordamos. El bar de frontera, el de las lumis amables y los borrachines y los vaqueros en busca de pelea, funciona en Encubridora como trasunto de aquel otro lugar de esparcimiento. La imagen resulta subversiva, pues sugiere placeres raros o retorcidos, que no casan con los del típico saloon americano del cine de entonces. Pero sólo es un detalle. El resto no recibe de Lang el mismo impulso creativo, y queda como un wéstern que se deja ver, pero que llama poco la atención.

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