sábado, 18 de noviembre de 2017

Carta de Tello


Me escribe Tello, personaje del último “Cosas mías”, para decirme lo siguiente: 

      Estoy, por el momento, satisfecho con mis conclusiones. Un palmo (esa medida histórica) sirve para ofrecer afecto mesurado, al saludar. Claro que ésa es la teoría, cosa distinta es llevarlo a la práctica. Juzga tú, si no. En la fiesta en la que coincidimos, una chica me dijo, después de que le estrechase la mano, "¿Nos saludamos a la europea, o a la española?". Lo hizo con simpatía, y no tuve inconveniente en darle dos besos. No obstante, y aunque con buen humor, ella me había negado la efectividad del apretón de manos.
      Yo prefiero dar la mano, como expresión templada e igual de afecto. Es así, aunque entienda la valía de acercarse a una mujer a nuestra manera. Acaso sea posible conocer la disposición afectiva de la chica, por cómo planta los besos. Pero es un saber sutil, el del beso de topada o concurrencia. Problemático. Toma por ejemplo a Sonsoles, en la despedida de la fiesta. Marieta acababa de decirme adiós, con dos besos muy cariñosos. Esto, admito, me sorprendió, dado que somos casi desconocidos. Sólo esforzándome entendí que aquella era una cuestión de temperamento. Luego llegó Sonsoles, y… Espero que la confidencia no te moleste. [Mi interlocutor tiene un concepto equivocado de mí, en lo que a soltura emocional se refiere. Si no le he sacado de su error, es porque me agrada que mantenga las formas]. Ella redujo las distancias y, situando una mano en mi pecho, deslizándola ligeramente hacia abajo, me dio en las mejillas dos besos pausados. Creo que alguien menos ponderado que yo se hubiese llevado a engaño, en esta instancia. Yo vi que allí ocurrían dos cosas. Una, que Sonsoles no quería ser menos que Marieta. Dos, que la anfitriona deseaba agradecerme la visita de un modo especial. Fue con afinado instinto teatral que Sonsoles eligió aquel gesto y, con maestría, lo ejecutó. No pienses que la culpo por ello: al revés, me alegra haber sido su contraparte en aquella escena. Al mismo tiempo, no se me ocultan los riesgos de ignorar a qué se juega en un momento así.
     Quizás después de todo no debería abandonar la costumbre de dar dos besos, para no perderme cosas del estilo. Lo de querer dar la mano lo adquirí en mi viaje europeo, igual que el hábito de las infusiones. Tal vez tenga que asumir que estoy en España, y que debo hacer como la gente del país. Que, aquí, el palmo famoso puede acabar resultando medida histérica. Pero no, he de atenerme a lo que pienso: son los riesgos de la mesura.

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